06 - COSA DE DOS


















Inmersa en la amarga oscuridad de un estrecho cubículo, cerré los ojos y escuché como bullía en el exterior el hervidero nocturno de Le Thanh Ton Street. No hacía más que preguntarme cómo se le podía llamar hotel a esta sucesión de cuartuchos separados por paredes de cartón piedra que ni siquiera tocaban el techo, negando con ello la intimidad a sus moradores. La puerta la conformaba una raída cortina y el armario una percha de plástico colgada de un clavo, como si de una manifestación del más extravagante pop-art se tratase. Unos pequeños huecos horadaban la fachada de aquel fortín procurando que la atravesase el sonido inquieto del tráfico pero no así la luz. Aunque en realidad, tampoco es que hubiese demasiadas farolas pululando por la calle.

El calor sacudía fuerte, el ventilador no funcionaba y el asqueroso bochorno me inducía a flirtear con Morfeo. Sumergida en el borde de mi sueño empecé a percibir un chirriar algo estridente al otro lado de la pared. Al principio lo noté quebradizo, pero luego fue aumentando su intensidad hasta, al final, establecer una cadencia rítmica. Ahí supe de qué se trataba. El sexo sabía interpretar su propia eufonía, muy diferente a cualquier otra.

—Joder no, ahora no. ¡Lo que me faltaba! —advertí en un furtivo bisbiseo.

Apreté la mandíbula con rabia contenida y me agarré de las sábanas húmedas para equilibrar mi inquina anticipándome a los consiguientes gemidos y evocaciones a dios que, a continuación, iban a sobrevenir. Pero nada de eso ocurrió, al contrario, el camastro acalló su chirriar y sobrevoló en el ambiente, por un momento, un silencio casi sepulcral. Entonces oí un crujir de viejos resortes y alguien que se incorporaba.

—¡Mierda! — susurré a la oscuridad.

—¿Es que tienes algo que objetar, vecina? — inquirió el residente de la habitación contigua.

Por un momento me quedé en shock. Mi corazón se puso a mil por hora y, en principio, no supe reaccionar.

—¿Hablas conmigo? — respondí tras coger algo de resuello.

—Eso parece, pues no creo que nadie más en este lugar hable nuestro idioma.

—Pues ya que lo dices, sí que tengo algo que objetar. Te agradecería que te contuvieras un poco y así esa cama dejaría de armar tanto escándalo. El jet-lag me ha dejado agotada y encima mi ventilador no funciona. Bastante insoportable es ya la situación —le indiqué irritada.

—Lo siento de veras, pero no puedo ayudarte. Es que, con solo respirar, los resortes del somier se ponen a rechinar como si estuviera matando ratas.

«¡Este tío es gilipollas!» pensé para mí, empezando a perder los estribos.

—Pues da la sensación de que ese ruido no parezca provenir de una simple respiración, amigo mío, sino más bien de estar apareándote con una puta barata —le espeté en un tono bastante iracundo.

Se hizo una pausa bastante incómoda. Por un momento pensé que me había sobrepasado. Al fin y al cabo estaba discutiendo con un desconocido dentro de un hotelucho de mala muerte en un suburbio de Vietnam. ¿Qué me podría pasar?, pues de todo. Empecé a inquietarme.

—Te confundes, pues no estoy con puta alguna. De hecho, solo estaba intentando masturbarme aquí, en el “puto” culo del mundo, cuando me has interrumpido—replicó inyectando una cierta dosis de satírica frustración a sus palabras.

Se me escapó de manera instintiva una carcajada al percibir lo absurdo de este dislate, aunque al segundo me tapé de sopetón la boca hasta lograr rehacerme. No me podía creer lo que estaba sucediendo.

—Siento haberme reído, pero comprenderás que no estoy acostumbrada a ser testigo de este tipo de consumación en unas condiciones tan extravagantes. Eso sí, al menos podrías manejar la “situación” tocándotela un poquito más suave. Así no formarías tanto escándalo y yo podría intentar descansar un poco.

Tras un breve lapso de tiempo y lo que me pareció un ligero acomodo, el catre volvió de nuevo a estridular con profusión cadenciosa.

—Como habrás podido comprobar lo he vuelto a ensayar pero esta cama es horrible. No colabora en nada —dijo rebatiendo mi propuesta.

—¿Y no puedes intentarlo sin rebotar tanto, al menos? — insistí con un atisbo de impaciencia.

—Pues va a ser que no es posible. La mecánica del acto no me está dejando alternativas.

Me agarré el pelo con fuerza y suspiré con profundidad hacia el defectuoso ventilador esperando que me devolviera un gesto amigable con algo de aire fresco. Necesitaba zanjar cuanto antes esta estúpida conversación.

—Bueno, está bien —resolví dispuesta —Continúa pero, por favor, date prisa. ¿De acuerdo? Necesito dormir de una vez por todas.

Le escuché tomar aire y agitarse incómodo.

—Uf, ahora no me está resultando tan fácil —repuso — Y no quisiera decir esto pero… ¿te importaría ayudarme un poco para entrar de nuevo en materia? —añadió con descaro.

—¿Qué dices? ¡Ni hablar! —respondí furiosa.

—Eso facilitaría el desenlace, ¿no crees?

—¡Vete a la mierda!

—Al menos podrías suspirar como lo hiciste antes. Me seduce la cadencia de tu voz. Sería una buena forma de acelerar las cosas y así te dejaría en paz —su tono se había vuelto cálido y sugerente.

—¿Estás loco o qué te pasa?

—¿Loco?, no lo creo. Más bien, lo que estoy es bastante excitado. Las venas de mi miembro están a punto de estallar.

Por un momento, me quedé algo desprotegida ante el empaque de su voz. Intenté reorganizar mis pensamientos y mis defensas sin éxito. Al final concluí que debía ceder terreno para acabar cuanto antes con esta situación tan embarazosa. Me acomodé en el camastro no sin antes fruncirle el ceño a la oscuridad; me mojé los labios un poco y luego, con suavidad, emití un débil suspiro al aire.

La decisión surtió efecto y el chirrido combatiente se puso en marcha de inmediato.

—¡Divino!, repítelo… —me indicó con un hilo de voz.

Resolví aderezar con algo más de dramatismo la, ya de por sí, asfixiante atmósfera. Inspiré de nuevo y dejé escapar otro suspiro más largo e intenso, esta vez en dirección hacia el techo, para que transitara con libertad hacia el otro lado a través de la abertura de la pared.

—¡Dios, eres increíble! ¿Y ahora… te atreverías con un gemido? con esa fonación tuya… —suplicó presuroso.

Sobre la sinfonía orquestada de los resortes destacaba otro sonido que me resultaba identificable de forma muy aparente: la húmeda fricción acompasada que recitaban su mano y el príapo erguido. Era imposible no imaginar lo que estaba haciendo aunque no presenciara la escena para observarlo. No pude evitar que mi imaginación lo visualizara masajeando arriba y abajo los cuerpos cavernosos de su palpitante erección.

Dejé entonces que flotara en la estancia la súplica solicitada, aunque de una manera muy teatral, cuasi pornográfica en su esencia.

—¡Oh, sí!... no pares, por favor — murmuró envuelto en su más íntimo delirio.

Intentaba abstraerme, sin éxito, de la realidad de los acontecimientos pero me empezaba a corroer por dentro la libidinosa picazón de la lujuria. Noté como mi clítoris lograba perfilarse bajo la ropa interior al compás de la percusión de mi pulso incontrolado.

Para que no me delatara el camastro me deshice de mis pantalones con sumo cuidado. Abrí las piernas y encogí ligeramente las rodillas. Luego, deslicé a un lado la braguita e introduje mi dedo corazón, abriéndome paso entre los húmedos y carnosos labios, para amortiguar los latidos de mi enhiesto y rosáceo aljófar. Se unió solícito el índice para al unísono interpretar, en suave conjunción, la delicada coreografía de círculos armonizados que me trasladaría al éxtasis del clímax.

El calor extremo del exterior penetraba con vértigo en mi interior y mis gemidos se presentaban ya exentos de todo dramatismo y teatralidad. Comenzaba a gozar con plenitud.

—¿Cuál es tu nombre? —preguntó la voz sin rebajar el frenesí.

—¡Cállate y sigue adelante con lo tuyo o dejaré de ofrecerte lo que demandas!

—¡Vale, vale! — respondió solícito — continúa así pues.

Se dejaba notar que ya nada para mí resultaba un esfuerzo. De hecho, estoy segura de que ni siquiera era consciente de que iba perdiendo la compostura por momentos dejándome llevar por la excitación. Pronto dejó de molestarme el ruidoso tronar de los somieres. Entre la penumbra de la estancia solo podía dibujar, en mi mente, la tersura de una mano dirigiendo la fastuosidad de su virilidad hacia la ubicación natural de mi entrepierna. Fui adaptando sus vaivenes a la cadencia del chirriar de mi catre para acompasarlo, en su sinfonía, con el juego del ir y venir de mis otros dedos ya inmersos en mi dilatada y húmeda cava.

Ya no gemía. Solo jadeaba y medio sollozaba sin control ni medida.

—¡Joder!, creo que me voy a… ¡Oh, dios mío!

En ese momento sentí cómo las plantas de los pies se prendían fuego y un intenso cosquilleo subía por mis piernas hasta la región inguinal; un relámpago cruzó de golpe la columna vertebral mientras un sinfín de mariposas batían sus alas por todo mi territorio interior lubricado.

—¡Hazlo, si… ahora, ahora…! — siseó él tras lo que pareció un largo quejido de delectación.

Ahogué en pequeños gritos de placer la inmensidad de mi eretismo como mejor pude, dadas las circunstancias del maravilloso y largo orgasmo que estaba experimentando. En realidad, no estoy muy segura si pudimos finalizar al mismo tiempo pues yo estaba ocupada intentando cortar, de una vez, el suministro de sangre a las partes del cuerpo involucradas en este electrizante lance.

Me quedé encogida a un lado de la cama retorciéndome aún por los obscenos remanentes de las convulsiones que aún resistían en el suelo pélvico. Con una mano presionaba con fuerza mi pubis para que no huyera hacia el infinito mientras con la otra intentaba enjugar los excesos de fluido esparcidos entre los muslos con un pañuelo de papel.

—¿Entonces, cómo dijiste que te llamabas? —volvió a insistir.

—No lo he dicho. Así que ya basta. Yo ya he cumplido con mi parte. Ahora cumple con la tuya.

—Tienes razón. Pero al menos convendrás conmigo en que ha sido increíble, incluso para ti, ¿no es cierto?

—Si —admití a regañadientes, mientras me debatía entre el agotamiento absoluto y el miedo a ahogarme en mi propio sudor.

—Buenas noches entonces.

—Buenas noches — le contesté con tono apagado.

A la mañana siguiente me levanté a las siete de la mañana. Tomé un frugal desayuno y salí en busca de un hotel más decente que tuviera puertas y ventanas, aire acondicionado y paredes hasta el techo, resuelta a pagar lo que fuera necesario.



©MAM

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